Desde "Con un palo escalé el Everest" os deseo lo mejor para todos los que dedicáis algunos minutos de vuestra vida a leer lo que escribo. ¡Feliz década!

Recuerdo a todos los Luismi que he sido y me muero de ganas por conocer a los que seré.
Me viene a la cabeza con gran orgullo aquel rebelde con la causa ya perdida que fui cuando me creía más mayor que ahora. Con la frente bien alta recuerdo aquellos duros días en los que el corazón me impedía tirarme al suelo y gritar “¡me rindo!”. ¡Que grande era aquel Luismi que luchó y luchó por callar la enorme bocaza de una mala profesora y sus malas alumnas que sacaban sobresalientes tan sólo con escribir su nombre! Era valiente y aguantó en pie, pero no consiguió nada… o eso creía yo.
Con menos orgullo, pero sí una sonrisa, recuerdo a aquel niñato de 6º de primaria que decidió dar la espalda a todo y hacer solo lo que le saliera de los cojones. Ese pasivo-agresivo niño tuvo a mi primera novia. Recuerdo mis primeras citas, ella por una acera y yo por la otra. Este Luismi perdió a los amigos y consiguió que sus padres se enfadaran más lo debido, sí, pero supo arreglarlo e incluso mejorarse a sí mismo.
¡Cómo olvidarme de aquel idiota que se creía enamorado! Que feliz era en mi ignorancia, pero que mal lo pasó una persona por eso y, de rebote, yo. Pero me siento feliz al pensar en ésto porque, al final, Luismi se enamoró de verdad.
Tengo muy presente al Luismi obsesivamente friki, que apunto estuvo de perder la poca cordura que tenía por culpa de un videojuego. Si me prohibían jugar en casa, me escapaba a la de mis abuelos, no comía, apenas dormía… Cuando mis padres se decidieron a llevarme al psicólogo me pasé el juego y volví a salir la luz. Fueron dos meses muy duros.
¡Hablando de escaparse de casa! Me divierto cada vez que me cuentan la historia de aquel pequeño aventurero que apenas se mantenía en pie y que todo el barrio buscaba por todos los rincones mientras yo estaba jugando con mis muñecos de Dragon Ball Z en el armario de la despensa con una linterna para alumbrarme.
Más moderno es el que he llamado Luismi Destroy (“Avalancha fracasada”), que surgió de la evolución de uno anterior no nombrado. Este Luismi es el culpable del Genocidio de Neuronas que tantas nuevas experiencias a traído a mi vida, buenas muchas y malas algunas. Es con el que más he aprendido sobre las personas, sin duda.
No me voy a olvidar de aquel que descubrió la serie de libros Dragonlance y se pasó todo un verano creyéndose capaz de ser escritor de una serie de novelas fantásticas, con horario fijo y todo. A causa de éste, llegó el que a veces era poeta y, como evolución, existe el músico. Al que más quiero, sin duda. Su particular forma de entender la belleza de la música, su capacidad de maravillarse con tan sólo escuchar un acorde, su tosca garganta al recitar, sin gran corazón voz al cantar, su rápida lengua con el saxo, su afán por mejorar, sus ganas de llevar al límite de la perfección todo lo que hace, sus ganas de tocar con sus amigos, su guitarra, su guitarra, su guitarra… su amada guitarra.
Me faltan más de dos, pero ya es bastante por hoy. Así he sido, soy y seré. Muchas formas de una sola persona que sigue evolucionando y seguirá haciéndolo hasta que el tiempo diga: “basta”.